Con la llegada del otoño, los bosques nos llenan de regalos que hacen que una simple caminata se transforme en una riquísima experiencia sensorial, que nos invita a descubrir nuevos olores, colores y sabores.
Hace unos días, tuve el regalo de participar de la recolección de murta junto a mis hijos de 2 y 4 años y sus compañeros de curso. Los niños y sus padres caminaban por los senderos, mirando muy atentos, con sus canastos. Sus ojos se abren aún más, cuando comienzan a aparecer las plantas cargadas de sus murtas redondas. Van probando y con ello distinguiendo las murtas maduras de aquellas que aún deben esperar. Comparten con gozo sus descubrimientos. A los pocos pasos, descubren que no todo es murta, sino que también hay frutos de Arrayan macho y más allá, hay chaura. Sus canastos abundan en colores y entre ellos van identificando y clasificando sus cosechas.
Al ser parte de esta experiencia, como mamá, sólo puedo agradecer. Se trata de una de esas experiencias de gozo compartido, en las que no hay reglas, ni tampoco existe el esfuerzo del adulto por incorporarse al mundo del niño, ni menos el esfuerzo del niño por entender el mundo del adulto. En esta experiencia, se comparte un escenario en el que grandes y niños estamos en un mismo lugar, aprendiendo acerca de la naturaleza y sus regalos, acerca del compartir, respetar, cuidar y agradecer. Cuánto nos esforzamos a veces por “enseñar” estos valores, que en experiencias como esta, se hayan implícitos, sin grandes charlas, sino simples vivencias.
Mientras vamos recolectando, observo al grupo de niños, avanzando por los senderos, en sus diferentes edades. Los más pequeños, a sus dos años, cual pájaros van picoteando la murta, probando su sabor dulce o a veces ácido, descubriendo sabores y texturas. Van tratando de tomar esas pelotitas tan pequeñas, con sus manos completas, afinando poco a poco sus movimientos, en la exploración curiosa e incesante de su cuerpo en interacción con este entorno maravilloso. Sus canastos no se llenaron, pero sus guatitas si!
Los más grandes, ya en sus seis años, van en su mayoría más adelante, explorando el bosque, buscando descubrir la rama más cargada o la murta más grande. En su búsqueda van agudizando su vista, discriminando tamaños y colores. Con movimientos precisos de sus dedos, van sacando coronas y palitos, manteniendo claro ya su objetivo de cosechar… Esta vez si se llenan sus canastos, porque ya saben y esperan la hora de hacer su mermelada.
Y así, sin esperarlo, la cosecha de murta, resultó ser vivencia de gozo y desarrollo.
Blanca Zegers L. – Mamá y Terapeuta Ocupacional
Que interesante el artículo! Una sensación de niños más sanos e integrados. Felicitaciones a la mamá terapeuta!
Asi que a salir a recolectar con nuestros niños o nietos o alumnos!